lunes, 10 de marzo de 2008

LA PETANCA


Éste es un juego que consta de una bola de madera de 4 centímetros de diámetro, llamada boliche, y de otras de 8 centímetros de diámetro, y generalmente de hierro, que son con las que se juega, y que han de ser tres por jugador (si juegan dos) o dos (si juegan tres o más).

A continuación, se traza una línea desde donde debe situarse cada jugador para realizar sus lanzamientos. El jugador elegido para comenzar debe situarse en la línea de salida y lanzar el boliche todo lo lejos que desee y seguídamente la primera de sus bolas intentando aproximarse, en lo posible, al boliche. El siguiente jugador hace lo mismo y así sucesivamente hasta que todos los jugadores lanzan sus dos o tres bolas.

El jugador que se haya acercado más al boliche, es el ganador, siendo quien empieza la siguiente partida.
JUEGOS DE SIEMPRE, PARA QUE DISFRUTES COMO UN NIÑO
Publicado por TELEFONICA
Imagen.Google

lunes, 3 de marzo de 2008

EL CUENTO DE JULEN ETXANIZ


Julen nos ha recomendado un libro que le ha gustado mucho. Se titula “Cuentos y leyendas hispanoamericanos” de Editorial Anaya. Es una selección de cuentos de la tradición oral de numerosos países de América Latina realizada por Ana Garrafón. Combinan el humor, la fantasía y la intención didáctica. La mayoría son inéditos en España, pues han sido extraídos de textos de antropólogos y de selecciones poco conocidas.
Este es el cuento que la ha gustado especialmente a Julen.

EL OGRO HERRERA
(Cuento popular, Argentina)


Había una vez tres hermanos que decidieron salir a rodar tierras. Uno de ellos se llamaba Segundo. Caminaron todo el día y, por la noche, llegaron a la única posada que había en el camino, la casa del ogro Herrera. Los hermanos, que no sabían que al ogro le gustaba comerse a las personas que llegaban a su casa, le pidieron permiso para quedarse ahí a dormir.
El ogro les invitó a pasar, pero les dijo que tendrían que pasar la noche en la misma habitación que sus hijas. Cuando pensó que los tres hermanos dormían, el ogro entró en la habitación y les puso a sus hijas un gorro rojo, para distinguirlas de los jóvenes cuando tuviera que matarlos.
Segundo, que estaba despierto, vio lo que el ogro había hecho y les sacó los gorros a las hijas. Después, se colocó uno en la cabeza y les puso los otros dos a sus hermanos. Pasada la medianoche, el ogro entró de nuevo en la habitación, degolló a sus hijas pensando que eran los jóvenes, y fue a costarse.
Segundo, que seguía sin dormir, despertó a sus dos hermanos y les contó lo que había pasado. Decidieron escapar antes de que se hiciera de día, y Segundo se llevó los gorros.
Al amanecer, el ogro se levantó contento pensando en los fiambres exquisitos que iba a comerse ese día. Pero la alegría le duró poco, porque, cuando fue a despertar a sus hijas, se dio cuenta de que estaban muertas y, enfurecido, salió corriendo a atrapar a los jóvenes.
Los hermanos acababan de atravesar un río muy crecido que el ogro no pudo pasar, y, desde la otra orilla, le gritó a Segundo:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me has hecho matar a mis tres hijas y me has robado mis tres gorros. ¡Ah, como vuelvas…!
Segundo le contestó:
-Tal vez vuelva, tal vez no, tal vez venga para llevarme a vos.
El ogro regresó furioso y triste a su casa.
Los hermanos siguieron su camino y llegaron a la casa de un rey. Allí Segundo se ocupó de cuidar los patos, otro hermano se encargó de los corderos y el tercero se empleó como criado.
Segundo se dio cuenta de que si se ponía uno de los gorros del ogro se juntaban todos los patos y, como los cuidaba bien, pronto se pusieron gordos, lindos y grandes.
El rey estaba muy contento con los servicios de Segundo, pero los otros hermanos le tenían envidia y buscaron la manera de deshacerse de él.
Así que un día fueron hasta donde el rey y le contaron que Segundo había dicho que era capaz de traer la colcha “campanillas de oro” con la que dormía el ogro Herrera.
El rey tuvo enseguida deseos de poseer la colcha del ogro, pues este era muy temido y nunca había sido vencido. Al día siguiente, temprano por la mañana, mandó el rey llamar a Segundo y le preguntó si había dicho que era capaz de traerle la colcha “campanillas de oro” del ogro Herrera. Segundo le dijo que no, que él nunca había dicho nada parecido.
- Pues lo hayas dicho o no, tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Segundo ya estaba pensando cómo se las arreglaría cuando, al salir del palacio, le llamó la hija del rey. Esta le recomendó que llevara una carga de pan y vino para entretener al loro adivino que el ogro tenía en su casa y no avisara a su amo.
Después de agradecer el consejo a la hija del rey. Segundo salió de viaje y llegó ya de noche a la casa del ogro, cuando todos dormían. Todos, menos el loro adivino, que en cuanto le vio, comenzó a gritar:
- ¡Ogroooo, Ogrooooo!¡Aquí está el pícaro Segundo!
Segundo le dijo.
- Cállate, loro tonto y toma pan con vino.
- A ver, trae acá- dijo el loro.
Y Segundo le dio pan con vino hasta emborracharlo.
- Humm, sí que está rico, ¡dame más! – decía el loro.
Segundo le preguntó entonces si sabía cómo podía robarle la colcha “campanilla de oro” al ogro.
-¡Uy!¡Eso es de los más fácil! El ogro tiene el sueño bien pesado, así que métete despacito debajo de la cama, ata las campanillas para que no suenen y tira de la colcha hasta que salga de la cama.
Así lo hizo Segundo y, en cuanto tuvo la colcha, montó en su caballo y salió a trote hacia el castillo.
El loro, mientras tanto, se había comido todo el pan y bebido todo el vino, y tenía una gran cogorza. Empezó a cantar:
-¡Ogro, ogrito, el pícaro Segundo se ha llevado tu colcha…!
Y así cantó y gritó hasta que, finalmente, el ogro se despertó.
El ogro, cuando vio lo que había pasado, montó a caballo y salió tras de Segundo, que ya había conseguido atravesar el río. Desde la otra orilla le gritó:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me has hecho matar a mis tres hijas, me has robado mis tres gorros y ahora te llevas mi colcha “campanillas de oro”. ¡Ah, como vuelvas…!
-Tal vez vuelva, tal vez no, tal vez venga para llevarme a vos.
Segundo llegó entonces al castillo y le entregó al rey la colcha.
Este quedó todavía más contento con él.
Pero los hermanos, al día siguiente, al ver que Segundo había sobrevivido, fueron al rey y le contaron que Segundo había dicho que podía traerle la borrega “lana de oro” del ogro Herrera.
Llamó el rey a Segundo y le preguntó si era cierto, y el joven respondió que no.
- Pues hayas lo dicho o no, tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Segundo se fue y, nuevamente, levó pan y vino para el loro adivino. Cuando llegó a la casa por la noche, el ogro dormía. El loro, al verle, comenzó a gritar:
-¡Ogrooooo!¡Ogrooooo!¡Aquí está el pícaro Segundo!
Segundo le dio pan y vino, y el loro pronto calló. Cuando se emborrachó, le preguntó dónde se encontraba la borrega “lana de oro”.
-¡Uy!¡Eso es de lo más fácil! Allí está, asomando la cabeza en el corralito detrás de la casa- le dijo el loro.
Fue Segundo hasta la oveja, la cagó en su caballo y salió a trote. El loro, al ratito, comenzó a cantar:
-¡Ogro, ogrito, el pícaro Segundo se ha llevado a la borrega…!
El ogro se levantó, pero ya era tarde, porque Segundo ya había pasado el río cuando lo alcanzó. El ogro le dijo:
-¡Ah, Segundo, pícaro! Me has hecho matar a mis tres hijas, me has robado mis tres gorros, me has quitado la colcha “campanillas de oro” y ahora te llevas la borrega “lana de oro”. ¡Ah, como vuelvas…!
Y el joven contestó:
-Tal vez vuelva, tal vez no, tal vez venga para llevarme a vos.
Cuando le entregó la borrega al rey, este se puso muy contento y premió al joven.
Los hermanos, entonces, le contaron al rey que Segundo les había dicho que era capaz de traer al ogro Herrera en persona. El rey lo llamó y de nuevo le preguntó. Segundo dijo que él no había dicho tal cosa, pero el rey contestó:
- Pues hayas dicho o no, tienes que ir, porque la voluntad del rey no se puede contrariar.
Entonces Segundo, para que el ogro no lo reconociera, se disfrazó y mandó hacer un carruaje cerrado y de hierro, con una sola puerta. Fue hasta donde el ogro y este no lo reconoció. Pero el loro adivino, sí, y empezó a gritar:
-¡Ogroooooooo!¡Ogroooooooo!¡Aquí está el pícaro Segundo!
El ogro miró a todos lados, pero como no vio nada, le dijo al loro:
-Cállate, loro tonto.
Segundo le dijo que si quería ver el carruaje por dentro, que era muy lindo. El ogro le creyó y entró a ver el coche. Segundo cerró con rapidez la puerta y la trancó para que no pudiera salir. Montó en el caballo y salió trotando con el carruaje hasta donde el rey.
Cuando llegaron, como el rey ya estaba advertido de que llegaba el ogro, lo atraparon nada más salir del carruaje.
A Segundo, como premio, le dio la mano de su hija, y a los hermanos, cuando descubrió que todo lo que habían dicho habían sido mentiras, los expulsó del reino por envidiosos.

El número tres es un número lleno de simbologías que aparece en numerosos cuentos populares: tres son los hermanos, tres son las pruebas, etc. En algunos países de Hispanoamérica, cuando algo es muy bonito y maravilloso, se dice: “Está rete tres piedras”.


Gracias, Julen

“Cuentos y leyendas hispanoamericanos”
Editorial ANAYA





domingo, 2 de marzo de 2008

EL REY MIDAS (versión descabellada)


Curioso, divertido y poco convencional libro de cuentos de hadas. Como el propio libro, ya lo adelanta en su contraportada: …cuentos de hadas deliciosamente retorcidos, en los cuales es imposible saber qué va a ocurrir en la siguiente fracción de segundo y mucho menos, deducir con quién se casará el príncipe, si es que se casa…


EL REY MIDAS

Érase una vez una vez un rey llamado Midas. Incluso para rey, Midas era excesivamente avaro. Lo único que le preocupaba era el oro, el oro y el oro, y si alguna vez se preocupaba por otra cosa, era por… el oro.
Continuamente estaba mandando a sus recaudadores de impuestos por todo el reino. A causa de tantos impuestos sus súbditos eran cada vez más pobres, mientras que Midas era cada vez más rico. Finalmente el pueblo llegó a ser tan pobre que sólo pudo comer nabos y nada más que nabos. Nabos para el desayuno, bocadillos de nabo para el almuerzo y una pierna de nabo al horno para la cena, con salsa de nabo. Y de postre, tarta de nabos. Finalmente la gente estaba ya de nabos hasta las narices.
El rey Midas comenzó a sospechar que su pueblo no lo quería demasiado. No es que a él le preocupara mucho esto, lo que le preocupaba era no poder seguir elevando los impuestos.
- Tengo que hacer algo para que mi pueblo me ame- se dijo el rey Midas-. Así podré seguir elevándose los impuestos.
El rey convocó a sus asesores a una reunión urgente. Se trataba de la firma de consultores Cuatrecases, Chumillas, Ruiz & Pichardo.
- Señores –les dijo el rey-, tenemos que subir como sea mi rating de popularidad.
- Majestad-dijo Pichardo-, ¿qué le parece la idea de bajar un poco los impuestos? Podríamos…
Parece que no fue una buena idea, pues dos guardias de palacio entraron en ese mismo instante y se llevaron arrastrando a Pichardo para encerrarlo en una mazmorra.
Al día siguiente el rey convocó a una reunión urgente a su nueva firma de asesores: Cuatrecases, Chumillas & Ruiz.
- ¿Qué le parece, Majestad, si ponemos en marcha una campaña publicitaria que resalte sus cualidades humanas?- propuso Ruiz.
- ¿Qué cualidades humanas?- dijo el rey.
- No sé, a todo el mundo le gustan los perros…
- ¡Yo odio a los perros! – dijo el rey.
- Ya veo, pero eso en realidad no importa; lo que cuenta es elevar la opinión que el pueblo tiene de Vd. Podríamos empezar con grandes carteles en las carreteras que digan: “Midas ama a los perros”.
- ¿Cuánto costaría eso? –preguntó el rey.
- Casi nada. Luego, el día clave, ante la televisión y los periódicos, Vd. Soltaría a los perros del palacio real.
Por supuesto, el momento en que el rey soltaba a los perros fue muy emotivo, y todo el mundo lo vio en la tele. Pero los perros, en cuanto se vieron libres de sus cadenas, se pusieron como locos y salieron en estampida entrando en las casas, destrozando y llevándose las pocas cosas que los súbditos tenían. Las compañías de seguros se negaron a pagar los destrozos causados por los perros y, como resultado, en la siguiente aparición pública del rey el pueblo lo bombardeó con nabos.
Al día siguiente, el rey convocó una reunión con su firma de asesores Cuatrecases & Chumillas.
- Majestad- dijo Chumillas-¿Qué le parece la idea de vencer a un dragón?
- Mmmm-dijo el rey-.¿No resultará eso muy caro?
- ¡En absoluto!
- ¡Eres muy inteligente, Chumillas, muy inteligente!
Así, en el día acordado, el rey salió a una explanada cercana al palacio armado hasta los dientes para luchar contra el dragón, que echaba fuego por las narices. Por supuesto, no era un dragón de verdad, sino que más bien se trataba de una especie de globo, como los que se usan en los desfiles.
- ¡En guardia, malvado!-gritó el rey al dragón, desenvainando su espada-. Ahora… ahora…
- ¿Qué pasa?- preguntó Chumillas.
- ¡Se me ha olvidado lo que debo decir!- musitó el rey.
- No se preocupe por el guión, simplemente atáquelo con la espada.
Lamentablemente, antes de que el rey pudiera atacar al dragón, éste comenzó a perder aire, y en unos instantes tenía el tamaño de una pelota de playa.
- ¡Es de mentira! ¡Es un dragón falso!- gritó la muchedumbre mientras comenzaban a tirarle nabos al rey. Ahora la situación era mucho peor: sus súbditos no sólo lo odiaban, sino que también lo despreciaban. El rey llamó entonces a su asesor Cuatrecases a una reunión urgente.
- Majestad- dijo Catrecases-. ¿Qué le parece si le diéramos a Vd. Lo que se llama un toque de oro?.
- ¿No será eso muy caro?- preguntó el rey.
- Pues no, si se limita usted a usar este spray y este bote de pintura dorada.
- ¡Bien pensado, Cuatrecases!¡Muy bien pensado!-dijo el rey.
La noticia se extendió como la pólvora:
- ¡Midas: un monarca de 24 kilates!-decían los titulares de los periódicos. El rey prometió una demostración pública y gratuita de sus habilidades, y las multitudes llegaron de todas partes del reino. Y, por supuesto, en un momento Midas lo convertía todo en oro: sombreros, bastones, arbustos, lápices y piedras.
- Si el rey dice que esto es oro, debe ser oro- razonaba el pueblo-. ¡Viva el rey Midas!
Y así, Midas siguió pintando con su spray dorado cada vez más cosas hasta que llegó un momento en que parecía que todo el reino era de oro. Midas, por supuesto, era ya muy famoso. Tan sólo había un problema: dado que ahora todos tenían más oro del que podían utilizar, el oro comenzó a perder valor. Pronto se necesitó una carretilla de oro para comprar un simple nabo.
- ¡Lo conseguimos, Cuatrecasas!-dijo el rey-. El pueblo me ama y sigo siendo el hombre más rico de todo el reino.
- Bueno… no exactamente, Majestad. En este reino el oro ha dejado de ser ya sinónimo de riqueza.
- ¿Ah sí?¿Y qué tiene valor ahora?-preguntó el rey.
- Pues… ¡los nabos!
Y así fue. Lo más preciado eran ahora los nabos, y claro, todo el mundo tenía algunos nabos. Bueno, todo el mundo salvo el rey, que tenía sólo oro, se convirtió en el hombre más pobre del reino. Al día siguiente convocó a sus asesores a una reunión, pero sólo se presentó él.
De este modo, el rey Midas se vio obligado a mudarse a un castillo muy modesto, con una cama matrimonial y un foso que más bien parecía una acequia de riego. Pero eso sí, siguió teniendo muchos amigos y, por supuesto, siguió con su famoso toque dorado.

Cuento extraído del libro “CUENTOS DE HADAS RETORCIDOS” Contados por A.J.JACOBS.